sábado, 20 de octubre de 2018

VIDA SANA


Un día la vida te pauta una dosis de alegría que flirtea contigo. Tú sigues las pautas de posología;  despacio, a cuartos a oscuras, a medias luces, por amor al arte, hasta que tomas una cada día durante todas tus vidas importando lo importante. Te advierte, que será cuestión de suerte, si al tomar la dosis adecuada, aquellas tus mejillas se vuelven rosadas, el brillo en los ojos delata tu mirada, la piel se vuelve más suave y te sientes viva, dolorosamente viva.
Te dice, en su posología, que consultes al espejo si no sabes qué ponerte, que practiques su sonrisa y que beses, beses, beses, y le hagas el amor como si no hubiera mañana.
 Que son síntomas habituales, que mientras te cura por un lado, puede doler por el otro: Hormonas incontroladas, exceso de sueños, insomnios intencionados, sofocos de quinceañera y dejar cada detalle escrito por si alguna vez  olvidas lo que fuera, o sentir ser la última cuando querías ser la primera.
Te advierte que está contraindicado; si rebuscas en el pasado, si se  mezcla con antiguas decepciones, si conviertes en tuyo lo que no es tuyo. Que consultes con la almohada si tienes tendencias suicidas, si por vivir prefieres dar la vida, si comienzan las horas malgastadas. Si se duele a sí mismo y no sabe olvidar por más que fuerce el gesto.
Si una vez aclarado todo esto interrumpes el tratamiento, puedes descubrir que esa alegría sana a los enfermos, aunque te deje sin aliento, con dolor en el pecho y quemazón en las entrañas. Pero resulta que un día… la vida te pauta otra alegría y vuelves a sentir que sanas. Dolorosamente sanas.



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