Vamos a ver: ¿en qué lugar me dejas cuando hablas o escribes?
Prefiero que hables porque las palabras se las lleva el viento y aunque no
hablo sin conocimiento… cuando escribes, ¡oh, cuándo escribes! Cuando escribes
me condenas porque el papel aguanta todo y queda constancia, y a veces no te
aguanto. Me siento débil, expuesta, en el punto de mira, en la diana de
cualquier esquina, subida a un madero, condenada a una hoguera… desnuda y
desprotegida. Yo, que solo soy quien soy;
de lágrima contenida, no la fácil,
esclava de mis letras, amiga de un poeta, custodia de un te quiero, sumisa del
amanecer, o guerrera ante un maltrato, sobrevivo a base de Machados y Federicos
y algún que otro Santiago. A veces soy un trapo de cualquier color ante una de
mis cadenas. Jamás un quijote, jamás escudero, quizás libro para otras edades,
realista hasta la médula, amante hasta los huesos y mi sangre es RH literaria dolorida.
Por eso, cuando me preguntan si soy lo que escribes, ¡Ay, cuándo escribes! me
duelen todos mis versos… y respondo no.
lunes, 22 de octubre de 2018
domingo, 21 de octubre de 2018
Consejos
Le pedí que observara cualquier pudiera ser que fuera, que
escondiera sus piernas eternas con una falda más larga, que no soltara sus
trenzas, ni mirara en los espejos, que puede saber el diablo más por viejo,
pero yo no podía engañarla al compararse en los reflejos y descubrir que no era
una chica normal, ni del montón, que era jodidamente rara. Era alta, mucho,
tanto como su sonrisa larga, como largas eran sus manos y todas sus esperanzas.
No es que fuera tímida, yo creo que fue prudente siempre callando emboscadas.
Nunca quiso ser mayor, pero yo la obligaba, la obligaba, la obligaba… y en su
mirada eterna se dibujó un corazón, y ojeras. Partiendo de la que era; pensadora,
mediadora, fantasiosa y educada, se enamoró mil veces y quinientas destrozada,
su refugio fue un verso* que a su garganta dañaba. Ella seguía la música, el
ritmo, por mucho que no sonara, por mucho que cualquier cualquiera, la
intentara seducir con basura literaria. Y mira que le grité –quieres querer,
pero no debes- pero se hizo mayor. No escuchaba mis consejos que más que de
sabios eran de viejos y yo que la aconsejaba había perdido el control.
Ya no escondía sus piernas eternas, se había cortado el pelo
y como a Sansón en su duelo le asqueaban los espejos y su sonrisa era larga,
muy larga, como escasos mis consejos. Y con una belleza osada, -la de siempre,
la jodidamente rara-, me encontró en un reflejo, me sentó al teclado y se
despidió de mí, callada, muy callada, obligándome a escribir:* Nadie logró
tenerla nunca porque nadie supo amarla.
sábado, 20 de octubre de 2018
VIDA SANA
Un día la vida te pauta una dosis de alegría que flirtea
contigo. Tú sigues las pautas de posología; despacio, a cuartos a oscuras, a medias luces,
por amor al arte, hasta que tomas una cada día durante todas tus vidas
importando lo importante. Te advierte, que será cuestión de suerte, si al tomar
la dosis adecuada, aquellas tus mejillas se vuelven rosadas, el brillo en los
ojos delata tu mirada, la piel se vuelve más suave y te sientes viva, dolorosamente
viva.
Te dice, en su posología, que consultes al espejo si no
sabes qué ponerte, que practiques su sonrisa y que beses, beses, beses, y le
hagas el amor como si no hubiera mañana.
Que son síntomas habituales,
que mientras te cura por un lado, puede doler por el otro: Hormonas
incontroladas, exceso de sueños, insomnios intencionados, sofocos de quinceañera
y dejar cada detalle escrito por si alguna vez olvidas lo que fuera, o sentir ser la última
cuando querías ser la primera.
Te advierte que está contraindicado; si rebuscas en el
pasado, si se mezcla con antiguas
decepciones, si conviertes en tuyo lo que no es tuyo. Que consultes con la
almohada si tienes tendencias suicidas, si por vivir prefieres dar la vida, si
comienzan las horas malgastadas. Si se duele a sí mismo y no sabe olvidar por
más que fuerce el gesto.
Si una vez aclarado todo esto interrumpes el tratamiento,
puedes descubrir que esa alegría sana a los enfermos, aunque te deje sin
aliento, con dolor en el pecho y quemazón en las entrañas. Pero resulta que un día…
la vida te pauta otra alegría y vuelves a sentir que sanas. Dolorosamente sanas.
martes, 16 de octubre de 2018
"rosa"
Al final hay amores que dejan huella. Si. Ya. Vale. Lo sé,
lo sabía, pude notarlo. Pero quisiera saber, en qué maldito poema está escrito que
esta te la juega, y ganas en lo perdido, que es así y nadie puede evitarlo. Tengo
antojo de leerlos para después vomitarlos.
En qué hora retorcida un color decide mi vida, o me da a
elegir si ilesa o herida. <<Rosa que te lo dije… mira que te lo advertí>>.
Solo sé que el negro no es un color, aunque es un color de mierda, que siempre
me pinta a mí con cara de despedida, y antes de la crecida tengo que decidir…Pero
¿cómo decidir qué es vida?
¡Buf! Creo que el
rosa me produce fatiga y ganitas de llorar y de dormir… ¿En qué mundo depravado,
yo que ya me había secado me comencé a regar y se abrazó a mí la vida con cara
de bienvenida, diciendo? -Estoy aquí. Decidas lo que decidas.
Requisitos
De golpe, como de
golpe apareció, he sacado la flecha lamiendo como una zorra, letra a gota,
aullando rota y de un solo quejido – que si te fue fácil darte por vencido-.
Sigo buscando en
algún otro desconocido, que no tenga una
lista en la que no se permiten los celos a menos que broten de ti. Una lista de
caprichos anotados que reza, en rojo y bien subrayado; no te enamores de mí.
¿Cómo te escribo?
Reconozco que me tiembla el pulso igual que tiemblan mis piernas cuando te acercas al roce
del demasiado y de repente me besas. Entonces comienzo a escribir y a
escribirte, como si mis dedos pudieran empaparse en tus ojos marrones y sacar
la tinta precisa para hacerlo. Tengo que
reconocer que entre las comas y tu pelo hay metáforas en pleno reconocimiento.
Que pierdo las letras a cada rato y las busco en la cocina, en tu balcón, o en
cualquier esquina donde hicimos el amor. Y de repente es tu voz la que me guía
hasta tu cama y ahí, donde hace nada
encontré el norte y perdí los puntos suspensivos, las encuentro desnudas,
eróticas, desvergonzadas y de repente, llamas a mi punto g poema, y -¡joder!- tengo
que reconocer que no sé escribir.
lunes, 15 de octubre de 2018
¿Nos vemos?
Déjame terminar el poema que comencé en tu pecho. Ya, tú no lo sabes, pero quedarse a medias de una conversación con tu piel, es como dejar que el último ría primero cuando ya no tiene gracia. Como cuando me diste aquella pastillita de fresa de tu boca a mi boca dejándome con las ganas. Como regalar a un niño un payaso de cristal perdiendo la risa en una estantería porque no puede venir a jugar, o como tener la llave de los tesoros de Da Vinci y resulta ser una goma de borrar. Como pelar mandarinas a deseo y luego están verdes y amargas, o como cuando siendo mentiras las palabras los dos dijimos estoy bien renunciando a la verdad.
No permitas que se borre aquello que escribí -¿recuerdas?-; fue cuando besaste mi frente y luego estallaste a reír porque te hacía cosquillas. No quieras llevar una esquela en tu pecho de mi puño y letra, no, no así: “Nos vemos donde te conocí, en el mismo sitio, a la misma hor…
Claro que si no sabes de qué te hablo, no valdrá la pena volver.
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